Se puede poner a toda una ciudad en pie (de guerra o de lo que sea), incluso a todo un país. Los ejemplos abundan. Solo hay que echar un vistazo a un manual de historia, o a un periódico. Pero mucho más difícil que poner a una ciudad en pie es ponerla sentada. No sentada ante un televisor, o en un estadio de fútbol; sino sentada para leer un libro.
Este prodigio lo está consiguiendo desde hace unos años una ciudad: Cartagena. El pretexto son dos premios literarios: Mandarache y Hache; pero solo el pretexto. Los premios son lo de menos. Lo importante son miles de jóvenes, entre doce y dieciocho años, sentados, sentados ante un libro abierto. Eso es lo que en realidad importa, aunque los candidatos a ganar el premio sean grandes escritores, como los seleccionados este año: Manuel Rivas, o David Fernández Sifres, entre otros. Miles de jóvenes que han encontrado un tiempo y un espacio para leer, que han convertido lo que para algunos era un prodigio en un hecho normal y cotidiano.
Pero, es evidente, los premios no han surgido solos, de la nada. Detrás de ellos está el entusiasmo y la entrega de muchas personas que aman la literatura: Alberto Soler, por la parte institucional, y un puñado de profesores a los que, además de admirar, ya quiero entrañablemente. Eugenia, Leticia, Salvador, Antonio… los premios os los deberían dar a vosotros.