Acababa de ganar mi primer premio literario, el Altea, y se entregaba en los salones Ondarreta, en Madrid. Llegué un poco antes de la hora, nervioso y despistado, y un tipo me salió al paso.
–Adónde vas? –me preguntó.
–Pues a la entrega del premio –le respondí.
–Es pronto todavía, aun no se ha abierto el salón.
–Ah, bueno, pues vuelvo más tarde –y ya me iba a dar la vuelta.
–No te conozco –añadió–. Imagino que tendrás alguna relación con la literatura infantil y juvenil.
–Soy… el ganador del premio.
–¡Pasa! –gritó entusiasmado.
De este modo conocí a Arturo González, y desde ese momento me cautivó, porque si algo tenía Arturo era su capacidad para cautivarte, para embelesarte, para implicarte, para asombrarte…, con ese verbo fácil que poseía, brillante, torrencial, algo barroco, siempre culto, con esa sonrisa permanente que dejaba al descubierto tus dientes perturbadores.
Desde ese primer día fueron muchas las peripecias literarias, y a veces no literarias, que vivimos juntos. Le recuerdo una tarde tórrida de verano, en un encuentro que hicimos en el recinto de la piscina de un pueblo de Segovia, ejecutando una danza para atraer la lluvia. No había ni una sola nube en el cielo, pero os aseguro que al terminar la danza todos escuchamos un trueno impresionante que nos hizo contener la respiración. Le recuerdo pidiendo para cenar en un restaurante marrífago dorado (personaje imaginario de uno de mis libros) a la plancha y el camarero excusándose, asegurando que se les acababa de terminar. Le recuerdo en la cena-homenaje que le dimos cuando le echaron de Altea. Le recuerdo tratando de llenar la muralla de Ávila de globos con gas para ver si entre todos eran capaces de levantarla del suelo. Le recuerdo en la prisión de Yeserías, junto con Arcadio Lobato. Le recuerdo en el V Centenario de La Celestina. Le recuerdo en Casa de Vacas, vestido como un poeta romántico, entregándome una flor como premio por haber contado un cuento, en compañía de Tesa González, que hizo un dibujo (es la primera foto que he encontrado). Le recuerdo…
Me quedé paralizado cuando, a mediodía, me comunicaron que Arturo acababa de morir, víctima del coronavirus. Yo ya llevaba todo el día triste, escuchando canciones de Luis Edudardo Aute.