
Como es lógico, para un niño de seis o siete años, un año es una eternidad. Recuerdo que aquel niño abrió unos ojos como platos y dibujó en su rostro un gesto de enorme sorpresa. ¡Un año! Y sin pensárselo, me espetó: “Pues si te aplicases más, tardarías menos.” Y se quedó tan ancho mientras yo no podía contener la risa.
Me estoy acordando ahora mucho de aquel niño y, sobre todo, de sus palabras, que en el fondo eran un gran consejo. Llevo cinco meses con una novela y he escrito 120 folios. Si hacemos cálculos, no sale ni a un folio diario, y eso para mí es muy poco. Por eso, no hago más que repetirme las palabras sabias de aquel pequeño de seis o siete años: “Alfredo, si te aplicases más tardarías menos.”