La idea me la dio esa película ya mítica de José Luis Cuerda, “Amanece, que no es poco”. En ella aparecían hombres que crecían en la tierra, como si fueran lechugas, o berzas, o maíz. Era muy importante que esos hombres se mantuviesen ligados a la tierra hasta estar bien maduros, pues si eran arrancados antes de tiempo las consecuencias podían ser lastimosas. Lo pensé y me puse manos a la obra inmediatamente. Provisto de pico y pala comencé a cavar con resolución un hoyo profundo y ancho, ya que soy hombre corpulento. Confieso que me costó trabajo, sobre todo porque esas herramientas no son las que utilizo habitualmente para escribir, como podrá deducirse con facilidad. Pero siempre he sido perseverante y trabajador. No me desanimaba ni siquiera cuando el pico echaba chispas al golpear contra alguna piedra. De vez en cuando me tomaba un respiro, a continuación me escupía en las palmas de mis manos –en algún sitio he visto que hacían eso hombres más expertos que yo en estos menesteres– y reanudaba la faena. Con la pala iba sacando la tierra que el pico removía, y me sorprendió el montón tan grande que se formó. Daba la sensación de que toda aquella tierra no cabría de nuevo en el agujero.
He de decir que el agujero tiene forma vertical, para que nadie vaya a pensar que lo que he cavado haya sido una tumba. No, no va por ahí la cosa. Lo único que pretendo es plantarme en la tierra. Quizá esté un poco crecido para agarrar, por eso tendré que recurrir a un abundante riego y gran cantidad de abonos. Espero echar raíces en esa tierra, que se supone que es la mía y la cuarenta y tantos millones de personas. Y después crecer, y crecer, y crecer, y crecer… La tierra solo debe servir para hacer crecer a todos los seres vivos que en ella viven, que no es poco. No le busquemos otras utilidades. Quiero crecer hasta que las nubes se me enreden en el pelo, es decir, en las ramas; hasta que los aviones a reacción tengan que dar un rodeo para no chocarse con mi cabeza; hasta que los relámpagos de la tormenta me iluminen los ojos; hasta que mi vista se pierda en un horizonte sin límites y sin mezquindades. Eso sí, tendré que darme prisa, no vaya a ser que un político sin escrúpulos recalifique el suelo a su antojo y nos deje hasta sin raíces.