
Partiré de una premisa: a pesar de que llevo cuarenta años publicando sin interrupción libros de LIJ, cada día que pasa entiendo menos –o nada– de LIJ. Me pregunto si a esta sigla, o acrónimo, que tanto se ha popularizado, no habría que cambiarle una letra, la primera, la L. Cada uno que piense por qué letra habría que sustituirla.
La literatura, en general, y la LIJ, en particular, hace tiempo que también están aceptando las reglas de juego del neoliberalismo. ¡Qué horror! ¡La literatura jamás debe aceptar las reglas de juego de nadie, excepto las suyas! Lo podemos comprobar en infinidad de libros, de historias, donde el YO se está imponiendo sobre el NOSOTROS. Resulta evidente en la llamada literatura juvenil.
Para un adolescente, o un joven, la búsqueda de su identidad es esencial, y muchos hemos escrito sobre eso. La adolescencia es un anticipo de la propia vida. Lo que se pregunta un chico o una chica con quince o dieciséis años es lo que nos preguntaremos durante el resto de nuestra vida: “¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?” Al joven hay que sumarle el desconcierto profundo de la primera vez y el de su propia transformación. Yo siempre he pensado que era necesario añadir una nueva pregunta para completar esa confusión: “¿Qué pinto en este mundo tan difícil de entender, lleno de individuos aparentemente como yo?” Es decir, por un lado, estaría el YO y, por otro lado, el mundo, el NOSOTROS.
¿Dónde ha quedado el NOSOTROS en la literatura juvenil? Hay excepciones, y algunas muy brillantes, por supuesto; pero la mancha de aceite del YO se extiende imparable. Leo algunas novelas juveniles de éxito y solo veo el YO por todas partes. Vosotros, que seguramente leeréis más novelas juveniles, podréis rectificarme. Estoy un poco cansado de eso que llaman “mi propia identidad”, que se ha convertido en el fin básico de cualquier novela. Como si se tratase del arca perdida, hay que buscar por todas partes la propia identidad, ya sea dentro de una familia –o de un nuevo tipo de familia–; o en el ámbito de las relaciones sexuales de todo signo, y aquí entraríamos en el terreno LGTBI; o en la tela de araña de las redes sociales, que son el dios incuestionable del YO; o en las adicciones, o en la violencia, etc. etc. Lo peor es cuando en una misma novela encuentro todo eso junto, revuelto, entonces me doy cuenta de que el autor/a ha hecho bien su trabajo y no se ha olvidado de ningún ingrediente. En estos casos, claro, lo importante es el guiso, y tal vez ese autor/a haya conseguido darle el punto y el resultado se deje comer. Pero en mi opinión nos estamos olvidando de un ingrediente fundamental, el NOSOTROS. Sin él, ¿es posible que descubramos nuestra propia identidad como seres humanos?