Pues sí, el día en que fue tomada la fotografía era martes, a finales de mayo, y la ciudad era Bruselas. ¿Os acordáis, queridos mirones, de aquella película en la que un matrimonio norteamericano pretendía visitar Europa en una semana o dos y va recorriendo ciudades a velocidad de vertigo? Al llegar a una de ellas, pregunta la mujer al marido: «¿Dónde estamos?». El marido consulta el folleto del viaje y responde como si tal cosa: «Pues si hoy es martes esto es Bruselas».
Echo la vista atrás y doy un repaso a mi vida desde el verano pasado: empecé en Siria, continué por Canadá, luego la citada Bruselas y la semana que viene me voy a Japón. ¡Que nadie sienta envidia! Estoy hablando de viajes de trabajo (aunque no me gusta el término): charlas, encuentros, conferencias… Esas cosas. Colegios, institutos, universidades, ferias de libros… Esos lugares. Y entre medias, me he recorrido toda España, de norte a sur y de este a oeste. Sería demasiado prolijo citar todos los lugares en los que he estado. He de decir cuanto antes que hay una parte de todo esto que me gusta, que me divierte y, lo que es más importante, que me enriquece y, según dicen, enriquece a los demás. Soy de los que disfruta con ello y tengo la suerte de que el cuerpo me aguanta (no hablaré de una rodilla que me está dando la lata más de la cuenta). Pero cada vez me convenzo más de que ésta no es la vida que yo quiero, porque mi vocación, mi verdadera vocación, es escribir. Y escribir entre viaje y viaje, o dentro de un avión, o en la soledad de un hotel, o vete a saber dónde, no es escribir, sobre todo porque para escribir se necesita una concentración continuada en el tiempo, una entrega absoluta.
Ya me están lloviendo peticiones para el curso que viene, de dentro y de fuera de España. Voy a gestionar mi agenda de otra manera. Al menos ese es mi propósito. Hacerla más razonable. Tendré que empezar por ejercitarme con una de las palabras que más me cuestra pronunciar: NO. ¿Seré capaz? Así que, si a alguien le digo que no, espero que al menos lo entienda. Creo que era Ernest Hemingway quien decía que él era escritor y que, por eso mismo, jamás daba conferencias.