¿Cuántas cosas caben en un saco sin fondo? Muchas, muchísimas, todas. Si el saco no tiene fondo, podríamos pensar que todas las cosas caben en él. Pero evidentemente no vamos a tomarnos la frase al pie de la letra, sino con el sentido que tiene en nuestro idioma, sobre todo en el lenguaje popular.
Podríamos ir un poco más lejos. ¿Cuántas personas y situaciones cabrían en un saco sin fondo? También muchas, muchísimas, todas. Pero afinemos un poco más. Ante un problema serio de un niño –cada uno que imagine el drama que le apetezca, pues yo no voy a revelar la trama del libro– ¿cuántas personas estarían dispuestas a aprovecharse de ese drama en su propio beneficio, sin escrúpulos, o lo que es peor, con falsos escrúpulos? ¿Cuántas situaciones rocambolescas podrían darse, todas motivadas por un egoísmo personal, espoleado y jaleado, a su vez, por un egoísmo de tipo social?
¿Cabrían en un saco sin fondo todas las personas que en pleno siglo XXI, casi a finales del año 2011, explotan miserablemente a los niños? Me refiero, sí, a los niños explotados en fábricas textiles de Asía, a los mineritos de América Latina, a los niños guerreros de África; pero también me estoy refiriendo a los niños explotados del mal llamado Primer Mundo, niños explotados en su mayoría por sus propios padres, que les roban descaradamente su infancia; niños explotados por la sociedad de consumo, que ha descubierto en las nuevas tecnologías el arma perfecta para reinstaurar la esclavitud sin que nadie se rasgue las vestiduras.
Si alguien lee «Mateo y el saco sin fondo«, mi último libro publicado, pensará en qué tiene que ver lo que acabo de escribir con el propio libro. Pero si la lectura nos hace pensar un poco –cosa siempre deseable– tal vez caiga en la cuenta de algunas cosas.
Yo espero que el libro lo lean los niños, sin excluir a los adultos, y que les haga pensar un poco y que, de este modo, ellos mismos se nieguen a entrar por la embocadura de un saco sin fondo. A estas alturas, solo ellos, los niños, podrían cambiar las cosas.