Querido Papá Noel:
Soy Nicolasito y no sé si te acordarás de mí, aunque tienes motivos sobrados para acordarte. Todo el mundo me sigue llamando Nicolasito, a pesar de que ya he cumplido treinta y dos años, mido uno noventa y peso cien kilos. Mi hermano Cayetano dice que soy como un armario ropero. Sí, sí, mi hermano es Cayetano, ¿lo recuerdas? Él fue el causante de todo. Está bien. Tiene cuarenta y dos años, es podólogo, se ha quedado calvo por la coronilla y tiene dos hijas.
Te escribo como hacen todos los niños del mundo, aunque evidentemente ya no soy un niño, pero lo hago porque no puedo vivir con la incertidumbre que vivo. Intenté localizarte el verano pasado en la playa de Benidorm, pues me habían informado que, como millares de nórdicos, veraneabas allí. La verdad es que vi a muchos nórdicos barrigudos en bañador, alguno entrado en años y con considerable barba; pero no di contigo. De ahí mi decisión de escribirte esta carta.
Querido Papá Noel, espero que recuerdes que cuando mi hermano Cayetano tenía nueve años te escribió una emotiva carta en la que te pedía solo una cosa: un hermanito. Mi madre no tenía pareja ni intención de tener más hijos, pero lo de mi hermano era una verdadera obsesión. Quería un hermanito por encima del todo y te suplicó con vehemencia que hicieses realidad su sueño.
Yo nací justo nueve meses después de Navidad y mi madre decidió llamarme Nicolasito. Ella seguía sin pareja y mi hermano Cayetano daba saltos de alegría.
Querido Papá Noel, no puedo vivir más tiempo con esta duda existencial. Mi madre no quiere hablar sobre el tema y no he conseguido en toda mi vida que me esclarezca lo sucedido. Por eso, me dirijo a ti con una sola petición: te pido, te suplico, te imploro que te hagas las pruebas de ADN, porque solo de esta forma podré saber la verdad y tal vez, a partir de ese momento, pueda llamarte simplemente papá.
(Ilustración de Juan Ramón Alonso, del libro “Allegro”).