La literatura es un inabarcable territorio abierto, en el que cualquiera puede entrar, salir y, por supuesto, tratar de instalarse en él, en alguno de sus incontables recovecos. La literatura no es patrimonio de nadie, ni siquiera de los considerados escritores de facto, y mucho menos de los teóricos, de los catedráticos, de los críticos, de los doctorandos, de los pedantes sabelotodo, etc. Durante las últimas décadas, un ejército de personajes mediáticos, cuyo mérito exclusivo consiste en eso, se ha acercado y se acerca al territorio sin fronteras de la literatura. Cualquiera podría citar nombres. Yo no lo haré. Escriben libros y los publican en grandes sellos editoriales, van a todas las ferias de libros, hacen presentaciones en las mejores librerías, se promocionan en los medios, tienen legiones de seguidores en las redes sociales, son guapos y dicharacheros, etc. ¿El territorio que ocupan está dentro de la literatura? No seré yo quien asegure que no, aunque jamás se me haya pasado por la cabeza comprar uno de esos libros y, mucho menos, leerlo. Me basta con ignorarlos.
No entiendo el revuelo que ha causado que un grupo de escritores –por alguno de ellos siento admiración– haya escrito de repente un libro de LIJ, cuando nunca antes lo habían hecho. La LIJ, por si alguien no se ha dado cuenta aún, también forma parte de ese inmenso territorio abierto, completamente abierto, de la literatura. ¡Que pasen! ¡Faltaría más!
Para mí, el problema es el tufo que desprende la manada (ya sé que a algunos no les gustará la palabra, pero no encuentro otra mejor), un tufo que es el resultado de muchas preguntas que no voy a responder aquí para no exceder los límites razonables de Facebook, pero que cualquiera podrá hacerlo. ¿Por qué ir en manada? ¿Quién es el líder de la manada? ¿A quién quieren embestir? ¿Qué presa piensan capturar? ¿Por qué hacen declaraciones disparatadas, prepotentes y despectivas sobre asuntos –me apuesto lo que queráis– que desconocen? ¿Por qué a todos les ha dado por escribir de repente LIJ? ¿Hay intereses extraliterarios? ¿Llevan años, décadas, cerca de los niños y los jóvenes tratando de conocerlos mejor para empatizar con ellos? ¿Por qué disponen de unos medios –de comunicación– que habitualmente ignoran a la LIJ? ¿Por qué esos medios les extienden una alfombra roja, como en Hollyvood, para que no se les manchen los zapatos y para que se pavoneen mejor? ¿Por qué se están recuperando libros antiguos de esos mismos autores que pasaron sin pena ni gloria en una campaña similar hace diez años? ¿Volverán en 2031 con la misma martingala? Ya sé que se podrían añadir más preguntas, pero sería cansino. Solo una más: ¿sería posible al revés?, es decir, ¿sería posible que un grupo de escritores habituales de LIJ lanzásemos una colección de adultos a bombo y platillo para “dignificar” y “elevar la calidad” de la literatura? Pues esa es la cuestión.
¡Pasen, señoras y caballeros! Y, si lo desean, tomen asiento y pónganse cómodos. ¿Les apetece un té con pastas de jengibre? ¿Una tableta de chocolate con un boleto dorado en su interior? ¿Una lata de conservas con sorpresa? ¿Un auténtico marrífago dorado a la plancha? ¿Un trozo de la tarta de fresa que llevaba Caperucita a su abuela? ¿Un arcabuzazo de pimienta? ¿O quizá tal vez prefieran la receta de cómo cocinar a un niño? Esto último les puede resultar de mucha utilidad. Y ahora que lo pienso, a lo mejor hasta nos animamos a leer alguno de sus libros. A estas alturas, la reciprocidad nos importa un comino, como el mismísimo rey Pepino. ¡Pasadme otra gamba!