Hace unos años, la editorial La Discreta me invitó a participar en un acto en el que diferentes escritores teníamos que reflexionar sobre una pregunta: ¿puede la literatura salvarnos la vida? Acabo de encontrar por casualidad el texto que leí entonces. No voy a reproducirlo entero. Copio solo unos párrafos, que seguramente quedarán inconexos y confusos. Son estos:
Mirar treinta años atrás me da pavor, sobre todo porque me descubro viviendo una vida que no era la mía. Nunca como entonces tuvo tanto sentido para mí la famosa frase de Cernuda, “la realidad y el deseo”. Mi realidad era una gigantesca roca que todos los días, en cuanto abría los ojos, se me derrumbaba encima. Me sentía como Sísifo, el personaje mitológico que empujaba una enorme piedra por la ladera de una montaña, sin conseguir llegar nunca a la cumbre, porque la piedra siempre volvía a caer.
Mi sueño era la literatura. Dicho así puede parecer un poco ingenuo. Pero lo cierto es que ese sueño vivía en mí desde los doce años aproximadamente. Y no me preguntéis por qué, pues todos sabemos que los sueños más íntimos no tienen explicación ni justificación.
Escribir no me ayudó a empujar esa pesada piedra hasta la cumbre de la montaña, pero sí me hizo comprender que no tiene sentido pasarse la vida empujando pesadas piedras que ni siquiera nosotros hemos elegido. Y eso, claro, me ayudó a tomar decisiones.
Yo he soñado y sigo luchando denodadamente por el más hermoso de mis sueños –siempre hay que luchar a brazo partido por hacerlo realidad–. Y como habréis comprendido, mi sueño nunca ha sido un palacio suntuoso, ni una mujer hermosa, si siquiera la felicidad. Ese sueño contiene la respuesta a la pregunta del principio: la literatura me salvó la vida y me la sigue salvando todos los días.
Por eso no entiendo por qué motivo recientemente me entran ganas de dejar de escribir. ¿Recuerdan el “preferiría no hacerlo” del escribiente? Lo pienso cada vez más a menudo y me dan escalofríos, porque si dejase de escribir ¿quién podría salvarme la vida entonces? Pero, bueno, a mi edad quizá eso ya sea un asunto secundario.