Hace tiempo leí una anécdota que me hizo mucha gracia. Sucedió en París a comienzos del siglo XX, cuando las vanguardias estaban en estado de efervescencia en esta ciudad. Lamento no recordar el nombre del artista al que le ocurrió (ni siquiera sé si era pintor, escritor, músico u otra cosa), pero casi seguro que se movía en el grupo de André Breton, Louis Aragon, Paul Éluard… Pues parece ser que a este notable personaje los médicos le aconsejaron que pasase una temporada en el campo, debido a una enfermedad que padecía. Él, que era un hombre urbano hasta la médula, se rebelaba y no quería abandonar de ningún modo Paris, que era su mundo. Finalmente, entre todos los amigos le convencieron, hizo las maletas y, con resignación, se fue a pasar una temporada al campo. Cuando regresó, todos fueron a verlo y de inmediato le preguntaron por su experiencia. Él entonces dijo lo siguiente: «Fijaos si el campo es un lugar espantoso, que allí los pollos andan crudos.»
La frase la podían usar como lema los urbanitas. Yo soy urbano desde que nací, aunque periférico, lo que da un matiz especial, y mañana me voy a ese lugar donde los pollos andan crudos. No voy a quedarme, por supuesto, pero pasaré una temporada (no por prescipción médica). Me marcho sobre todo a leer. Soy jurado de un importante premio literario y debo leerme más de veinte libros antes del fallo. ¿Qué es peor, ser jurado de un premio literario o pasar una temporada donde los pollos andan crudos? Sin ninguna duda, lo primero. Me levantaré por las mañanas con el canto del gallo y me acostaré a la hora de las gallinas.