No sé por qué lo abrí. Era uno de esos correos que de repente aparecen y que, por lo general, te remite alguien conocido. Yo he avisado ya a todos mis conocidos que no suelo abrir estos correos y que directamente los envío a la papelera. Sí, ya sé que algunos contienen fotografías preciosas, espectaculares, impresionantes, acompañadas de unos textos en apariencia poéticos con conocimientos para vivir mejor, en sentido metafísico. Esos textos, además, suelen atribuirse a personajes conocidos del mundo de la literatura, o de la cultura en general. Creo que García Márquez y Mario Benedetti se llevan la palma.
Pero en esta ocasión, en contra de mi criterio, abrí el correo recibido y descubrí que hablaba de China y de los próximos Juegos Olímpicos de Pekin. Se denunciaban los desmanes, abusos y atropellos contra los derechos humanos del gobierno chino y, en el fondo, había un boicoteo implícito al hecho de que una ciudad de este país organizase un acontecimiento deportivo de tal magnitud.
No haré ni una sola rectificación y está de sobra demostrado que el gobierno chino es repudiable por muchas cosas, desde la invasión del Tíbet hasta la pena de muerte, pasando por infinidad de asuntos de mucha gravedad. Pero esto me hace pensar que todos, desde el ámbito personal de cada ciudadano hasta el general de un país entero, necesitamos tener a mano «un malvado» sobre el que volcar nuestra irá y descargar nuestra conciencia. Todos los tiranos del mundo -los que usurparon el poder y los que llegaron a él por las urnas- están encantados con que China organice los Juegos Olímpicos, porque así todos alzarán su voz contra la «dictadura» ajena, para tratar de conseguir que no se hable de la propia. El gobierno de Estados Unidos lo critica y se olvida de la brutalidad inhumana de Irak. El gobierno de Itala lo critica y trata de minimizar que el 70 % de los italianos está a favor de leyes xenófobas. Europa entera se horroriza de China, por un lado, y recorta derechos a sus ciudadanos, por otro. De los dictadores del Tercer Mundo, mejor ni hablar. Pero los malos, los malísimos, son ellos. Esta vez les tocó la china a los chinos.