Por culpa de la gripe (cada vez estoy más convencido de que las empresas farmaceúticas esparcen los virus a propósito para vendernos luego sus potingues) hacía días que no paseaba. Ya echaba de menos este arroyo que aparece nevado en la fotografía.
Volví esta mañana a pasear. Creo que hay un momento en la vida en el que se descubre el placer de pasear, y ya nada es lo mismo. No hay una edad para descubrirlo. Hay personas muy jóvenes que lo han hecho y gente mayor que no. Pasear. Caminar. Pasear por el mero placer de pasear. No es lo mismo correr, ni montar en bicicleta (aunque la bicicleta tiene otros encantos de los que convendrá hablar). Por supuesto, pasear sin auriculares metidos en las orejas para oir los Cuarenta Principales o el Carrusel Deportivo, pasear sin prescripción facultativa, pasear sin ánimo de perder kilos. Pasear solo, o con otra persona (nunca más de dos). Pasear, aunque sea por los mismos lugares, porque nos daremos cuenta que de un día a otro todo ha cambiado. ¡Pasear! ¡Qué metáfora de la vida!