Tengo un amigo que ha viajado bastante por China. El país le atrae muchísimo y se ha interesado por la cultura, la historia, las tradicciones y, en general, por la vida de China. Hace unos días, hablando informalmente, me dijo lo siguiente: «Si todos los chinos empezasen a limpiarse el culo con papel higiénico se acabarían los árboles del planeta en una década.» No sé si exageraba o no. Es posible que no. Seguro que también podríamos afirmar que si todos los chinos tuviesen coche se acabaría el petroleo en cuatro días. Y más cosas. Como escritor, fetichista de los libros de papel, pienso que no son los libros precisamente la mayor amenaza de los árboles. Solo tendríamos que echar un vistazo a nuestra propia casa para darnos cuenta.
Pero el comentario de mi amigo me lleva a pensar en otras cosas. Ayer, saltando de un canal a otro de televisión, vi dos programas parecidos -en diferentes cadenas-, uno hablaba de los barrios ricos de la ciudad de Los Ángeles; el otro, de los barrios míseros de la ciudad de Manila. Era sobrecogedor compararlos y poner en evidencia esos contrastes tan brutales. Y volviendo al papel higiénico, lo cierto, lo preocupante, lo terrible, es que para que unos lo utilicen y lo despilfarren a diario, otros -más, muchos más- ignoran su existencia. Y esa es la ley primera que rige este puñetero mundo.