Estoy seguro de que en este preciso instante un hombre se ha sentado a la orilla del mar, en una remota isla (da igual el océano) y ha empezado a pensar en sus asuntos. Y sus asuntos, como es natural, no nos interesan, porque no son nuestros asuntos. Tal vez contemple el vuelo de un cormorán, o de una gaviota; o la espuma de las olas contra la orilla. Después de un rato, se levantará y reemprenderá el camino hacia su casa. Para este hombre ese lugar es el centro del universo y toda su vida gravita en torno a él.
En otro lugar del planeta -puestos a imaginar, podemos pensar en una alta cordillera- otro hombre está contando su ganado, al que se dispone a encerrar como cada noche en el aprisco; mira la choza en la que dormirá y se relame de gusto pensando en la comida que lleva en el zurrón. Y en otro lugar del mundo, un camionero conduce su enorme camión y piensa en los kilómetros que le faltan para entregar la mercancía. Y en otro lugar del mundo, un aprendiz de músico, con su cello a cuestas, va camino de su primer concierto, y está convencido de que, después de todo el tiempo que ha ensayado, lo hará muy bien. Y en otro lugar del mundo, una mujer embarazada se ha quedado dormida sobre el sofá y está soñando con su bebé, que aun no ha nacido. Y en otro lugar del mundo, con los pies descalzos, semidesnudos, un grupo de niños camina durante una hora hasta llegar al pozo de donde sacarán el agua para beber. Y en otro lugar del mundo, yo me asomo a la terraza de mi estudio, miro el cielo nublado del final del verano y luego vuelvo la cabeza hacia los folios que me esperan sobre la mesa; y sonrío a esos folios con complicidad. Y en otro lugar del mundo, tú, y tú, y tú, y tú… El centro del mundo, del universo, es diferente para cada pesona. Hay tantos centros del universo como seres humanos.
Acabo de regresar de Nueva York, que es una ciudad fascinante, la mires por donde la mires, con una capacidad sorprendente para multiplicarse por sí misma. Hay muchas NYC dentro de NYC. Incluso, muchos barrios dentro de cada barrio. Desde hace tiempo, nos venden la idea de que Nueva York es la capital del mundo, es decir, el centro del universo. El centro del arte, de la cultura, del diseño, de la aquitectura, de la innovación, de la tecnología, de las finanzas, del comercio, de la gastronomía (a pesar de que la mayor parte de sus habitantes come al peso en autoservicios y bebe tanques de café aguachirlado), del glamour, del espectáculo, del turismo, etc. etc. Incluso, ya ha habido algún tonto que ha dicho esa estúpida frase de «si no estás en NYC, no estás». ¡Solemne bobada! No estás, ¿para quién?, ¿para qué? Tal vez NYC sea el centro de un mundo concreto, pero no del mundo. Y en este caso sería interesante saber cómo es ese mundo, porque tal vez no sea el mejor de los mundos, ni el que más nos interese, por mucho que quieran vendérnoslo.
Eso sí, NYC fascina, enamora, subyuga… Puedo decir de ella algo que he dicho de pocas, muy pocas, ciudades: podría vivir allí.