Leo libros con hojas de papel y letras de tinta; los compro y los guardo en mi casa, donde me acompañan siempre. Voy al cine, quiero decir, a las salas grandes de cine, que antes eran mucho más grandes. También acudo al teatro, pero con menos frecuencia que hace años. Oigo música e, incluso, compro discos –ahora se llaman CD, o quizá ya ni se llamen así–; voy a algún concierto en salas muy pequeñas –jamás me veréis en un macroconcierto, a no ser que sea de Bob Dylan–. Paseo y observo. Me tomo un café a mitad del paseo y no dejo de observar. Hoy, como está lloviendo mucho, observo la lluvia a través de la ventana. Observar.
No tengo prisa por nada, a pesar de que mi expectativa de vida se acorta. Me viene a la memoria la letra de una canción del viejo Raimon –últimamente me vienen a la memoria muchas canciones suyas, no sé por qué–, ese verso que dice “nosaltres no som d’eixe món”. No hace falta traducirlo. Pero ¿por qué no somos de ese mundo al que, sin duda, algún día pertenecimos? ¿Nos escapamos nosotros, o fue el mundo quien nos expulsó a patada limpia? Evidentemente, he sacado el verso de contexto; pero… ¡es que son tantos los contextos que sugiere! Observar.
Quizá debería ir al médico, pero no me duele nada.