Hoy las noticias hablaban de niños. Mal asunto. Cuando las noticias hablan de niños, siempre son malas. Un niño y una niña llevan días desaparecidos. Sobrecoge pensarlo. ¿Un secuestro? ¿Un crimen? En el segundo caso, ¿podría estar implicado algún miembro de su familia? Repugna pensarlo. Solo se habla en los medios de comunicación de los niños para esto. ¡Qué tristeza! ¡Qué poca vergüenza!
Los niños como tales, como seres humanos, interesan poco –he estado a punto de escribir “nada”– a la sociedad. Que se ocupen de ellos sus padres y sus maestros. Y punto. Pero si surge una de esas noticias truculentas con niño de por medio, los periódicos, los noticiarios de las emisoras de radio, los telediarios, las tertulias, habrán encontrado un filón. La piedra filosofal del siglo XXI. Oro a raudales. Para eso valen los niños en esta sociedad: para vender truculencias a su pesar y, por supuesto, para comprar. Ese es otro tema. El niño como consumidor, exclusivamente. El niño que compre o que haga comprar a sus padres cualquier cosa, por innecesaria que sea. Ya se encargará la publicidad de crearle la necesidad bombardeándolo sin piedad.
¡Qué tristeza! Porque los niños no se dan cuenta de cómo los utilizan, de cómo los manipulan, de cómo les crean necesidades, de cómo les roban la infancia y la dignidad. Maestras y maestros, seguid luchando siempre por los pisoteados derechos de los niños, sí, por esos derechos que se tienen enmarcados en todas partes, pero que tan poco se respetan. Algunos escritores también hacemos lo que podemos.
Cuando empecé a escribir este comentario pensaba hablar de mi último libro, “Mateo y el saco sin fondo”, que en cierto modo trata de todo esto; pero se me han quitado las ganas.