Hace tres días, o tres noches, estuve en un concierto de Marta Sánchez. Fue en un pueblo de la sierra de Madrid que estaba en fiestas. No voy a hablar de la insoportable cutrez de las fiestas de los pueblos de España durante el mes de agosto, pues ya lo hice en una entrada que publiqué hace justo un año en mi muro y que titulé “Mediado agosto”, que sigo suscribiendo en su totalidad. Tampoco voy a dar mi opinión sobre la música y la personalidad de la cantante.
El concierto se celebró al aire libre, en una explanada enorme, sobre la que se había levantado el escenario, con los focos, los equipos de megafonía, etc. Creo que todo el mundo estará al cabo de estas cosas. No había asientos y todos los espectadores teníamos que estar de pie. La noche era muy agradable. Por supuesto, el espectáculo era gratis.
Como este tipo de festejos se han convertido en un ejercicio de resistencia alcohólica (ya me refería a ello en mi comentario del año pasado) la mayor parte de los asistentes, aunque a algunos la bebida ya les salía hasta por las orejas, iban provistos de botellas, latas y, sobre todo, de enormes vasos de plástico llenos de lo que sin duda era un combinado.
Con la explanada llena comenzó la fiesta: explosión de luz, de decibelios y al fin… ¡la superstar! Era la primera vez en mi vida que veía en directo a Marta Sánchez y creo que su actuación fue profesional e hizo todo lo que se esperaba que hiciera. Yo, no obstante, no soy el mejor para afirmarlo, ya que mi interés estuvo más centrado en el público, en cientos de borrachos que me rodeaban, en cientos de energúmenos que no dejaban ni un momento de lanzar a voz en grito todo tipo de obscenidades a la cantante (a su persona, a hechos de su vida, a su ropa, a sus prendas interiores, a su anatomía, etc.) Comprendí que para muchos esa era la diversión: insultar a la cantante, mofarse de ella, menospreciarla, denigrarla… Daba igual de quien se tratase. El ayuntamiento corría con los gastos de todo. Barra libre. ¿Las canciones? ¿A quién puede interesarle semejante detalle durante las fiestas de agosto?
Creo que los ayuntamientos, que son los que programan y los que pagan, deberían tener claro lo que desean sus vecinos, que son los que les votan. ¡Pero qué estoy diciendo! Por supuesto que los ayuntamientos tienen claro que para que los vecinos les voten en las próximas elecciones tiene que correr el alcohol durante las fiestas de agosto por las calles del pueblo con más ímpetu que el río, tienen que martirizar hasta la muerte a media docena de toros cada día y tiene que haber un concierto gratis para que cada uno saque lo más repugnante que lleve dentro.
Por supuesto, con el estrépito de la música, los improperios no llegaban a la cantante y, también por supuesto, hubo muchos que disfrutaron de lo lindo con las canciones, con la música y con su diva.