A veces no encontramos las palabras exactas y todos los intentos se nos quedan a años luz de lo que sentimos y, de alguna forma, pretendemos expresar. Los que hemos entregado nuestra vida a la escritura sabemos lo difícil que resulta siempre plasmar un sentimiento profundo, personal, íntimo. Esos sentimientos nos pertenecen en exclusiva y solo adquieren la forma perfecta en nuestro pensamiento, pero en la mayoría de las ocasiones se niegan a materializarse de otra forma. En esta noche estrellada, miserable, canalla, desgarradora, me gustaría tener la lucidez suficiente para expresar –para expresármelo a mí mismo– lo que siento y lo que he sentido durante treinta años; pero creo que son los propios sentimientos los que me han desarmado de literatura. Por eso, recurro a Violeta Parra, siempre tan querida y tan compartida, a su voz tierna, casi infantil, que sube y baja por los toboganes de la vida, desde el cielo luminoso a las cloacas putrefactas; esa voz que tan pronto nos acuna como nos sacude un violento puñetazo. Elijo dos fragmentos de su canción “Maldigo del alto cielo”.
Maldigo la primavera
con sus jardines en flor
y del otoño el color
yo lo maldigo de veras;
a la nube pasajera
la maldigo tanto y tanto
porque me asiste un quebranto.
Maldigo el invierno entero
con el verano embustero.
Maldigo profano y santo.
Cuánto será mi dolor.
Maldigo luna y paisaje,
los valles y los desiertos,
maldigo muerto por muerto
y el vivo de rey a paje.
El ave con su plumaje
yo la maldigo a porfía.
Las aulas, las sacristías
porque me aflige un dolor,
Maldigo el vocablo amor
con toda su porquería.
Cuánto será mi dolor.