Hay quien sostiene que en el siglo XXI ya no se puede viajar -en contra de las apariencias- y solo es posible «hacer turismo». Es cierto que puedes buscar el lugar más recóndito del Planeta y al llegar allí encontrarte a un «grupo organizado» -no es preciso que sean japoneses, aunque hay muchas probabilidades de que lo sean- haciendo fotografías y siguiendo a un individuo que levanta un paraguas cerrado u otro objeto que lo distinga entre la multitud.
Hay quien siente nostalgia de los grandes viajeros y, por consiguiente, de los grandes viajes -exploraciones o expediciones, se decía entonces-. ¡Qué añoranza de Alejandro Malaspina o de Richard Ford! ¡Qué envidia de Darwin, Humboldt o Celestino Mutis! ¡Qué emoción ante el encuentro de Livingstone y Stanley! ¡Y qué decir de Admunsen, Scott, Peary…!
Estoy en condiciones de afirmar que todos esos grandes viajeros, famosos por su tenacidad y valor, no son nada comparados con el turista del siglo XXI, tan vilipendiado, ninguneado y hasta despreciado. ¡Qué ingratitud y que ignoracia supina! Los verdaderos héroes de nuestro tiempo son los turistas; y cuanto más organizados, mejor; y cuanto más en masa, mucho mejor. ¿Hay algo comparable a recorrer un país entero en doce días? Esta proeza solo son capaces de llevarla a cabo los turistas del siglo XXI. Y en algunos casos -hay certeza de ello- se ha recorrido un continente entero en dieciocho días -incluidos viajes de ida y vuelta-. ¿Recordáis, mirones, aquella frase de aquella película: «Si hoy es martes, esto es Bruselas»?
Se necesita mucho más que tenacidad y valor para levantarse todos los días a las cinco de la mañana y pelearse en el autoservicio del hotel por el tostador y una taza de café asqueroso; se necesita valor para echarse a la calle y deglutir, uno tras otro, todos los monumentos que vayan apareciendo por el camino. Se necesita un carácter especial y una biología a prueba de bombas para soportar una cola de dos horas a pleno sol y a las tres de la tarde, con el último bocado de la comida aun bajando por el esófago, con el agravante de que la cola desembocará en una angosta escalera de caracol de quinientos peldaños, que el turista del siglo XXI escalará con estoicismo -las chanclas o los zapatos de tacón a rastras- para llegar a la terraza superior de la torre, abrirse paso a codazos entre la multitud y contemplar esa panorámica que sale en todas las postales. No le importará el sudor, que ya ha empapado su ropa y que va dejando un reguero sobre las losas de piedra, ni el riesgo de deshidratación, ni el colapso o a la mismísima muerte súbita. El turista del siglo XXI es capaz de desafiar a la insolación o, si llega el caso, a la hipotermia -da igual lo que le echen-. El turista del siglo XXi, además, se desplaza siempre con una mochila a la espalda o un bolsón en bandolera, repletos de utensilios que por lo general nunca utilizará, y por supuesto, con una cámara fotográfica de la que no aparta su vista ni un segundo y que no cesa de disparar. Y es que el turista del siglo XXI -y esto es otro mérito a añadir- solo ve las cosas a través del visor de esa cámara, por lo que la realidad será lo que quepa dentro de ese visor, por supuesto, tamizada por los píxeles y demás zarandajas electrónicas.
El turista del siglo XXI viaja a pesar de que es consciente de que sería mucho más feliz quedándose en casa, o a lo sumo en la piscina del barrio; visita museos, castillos, palacios, iglesias, catedrales, murallas, catacumbas, que le importan un bledo; escucha explicaciones de los guías sobre batallas, gestas, conflictos políticos, intrigas, que le traen sin cuidado; observa los dormitorios de reyes, los despachos de científicos, los estudios de artistas, los váteres de emperadores… Y, por supuesto, todo ello después de una cola gigantesca. Las colas ya forman parte de la idiosincrasia del turista del siglo XXI, y las hace hasta para comprar un helado, rellenar la botella de agua en una fuente, o comprarse un souvenir espantoso en un tenderete…
¿Hacen falta más argumentos? Sería fácil encontrarlos, aunque me temo que excederían los límites sensatos de este blog. Por favor, ¡un monumento a los verdaderos héroes del siglo XXI!