Un comentario a la entrada anterior me ha hecho reflexionar sobre los recuerdos. Es cierto que los recuerdos forman parde de nuestra vida y en muchas ocasiones hasta justifican lo que hacemos o dejamos de hacer. Yo, sin embargo, cada día me fio menos de los recuerdos. No hay nada más traicionero que un recuerdo. He visto cómo muchas personas han ido manipulando sus propios recuerdos, adaptándolos en cada momento a sus conveniencias. No sé si se comenzará a hacerlo de manera involuntaria, pero estoy seguro de que llega un momento en que dejamos de ser conscientes de nuestra propia mentira y nos engañamos a nosotros mismos.
Los seres humanos somos egocéntricos en mayor o menor medida y, por eso, tendemos a adaptar todo a nuestra conveniencia. No solo lo que nos atañe directamente, sino hasta las cuestiones más trascendentales. Por lo general lo hacemos solos; pero, a veces, cuando se convive estrechamente con otra persona, se comparte hasta la falsificación. El engaño, entonces, se levanta a dos voces y a cuatro manos. Y el efecto suele ser el mismo. Sin embargo, si se produce una ruptura, esta afectará incluso a los recuerdos, y esas dos personas empezarán a ver las cosas -las presentes y las pasadas- de diferente manera.
Al final, ¿dónde está la realidad? Si la realidad no existe como tal y solo es una suma de subjetividades, pues no se hable más. Cada persona se construirá su propia realidad sobre los cimientos que prefiera. Habrá millones y millones de realidades y la gente vivirá con ellas, feliz o infeliz. Pero entonces ¿dónde está la verdad? ¿O la verdad también es subjetiva?