Con frecuencia, después de un fin de semana, suelen aparecer algunos parques de la ciudad devastados (se supone que por pandillas de jovenzuelos). Yo he tenido ocasión de comprobarlo más de una vez cerca de mi casa: farolas apedreadas, papeleras quemadas, bancos arrancados, etc. Muchos de esos jovenzuelos, consciente o inconscientemente, pensarán que están haciendo un acto de rebeldía contra el sistema, que los margina y los ningunea constantemente. Está comprobado que resultaría más barato contratar un servicio de vigilancia en los parques para evitar los desmanes, que reparar los daños. Pero no se hace. El sistema, contra el que se supone que se rebelan algunos jóvenzuelos, prefiere que sigan arrasando parques los fines de semana, prefiere que sigan bebiendo hasta el coma etílico, que sigan tomando drogas hasta la locura, que sigan incrementando las listas del fracaso escolar, que la apatía y la indiferencia sean el objetivo de su vida… Y el sistema quiere todo esto porque su intención es controlarnos a todos para, de esta manera, continuar siendo el sistema y perpetuarse en el poder. Ni emborracharse, ni consumir drogas, ni arrasar un parque son anctos de rebeldía, aunque algunos los enmascaren así. Hoy en día el primer acto de auténtica rebeldía que se puede hacer es dar un paso decidido hacia la cultura, la verdadera cultura, y -por ejemplo- leer un libro.
A comienzos de este siglo XXI, tan incierto, el libro y la lectura cobran un interés inusitado, porque el libro y la lectura se están convirtiendo en la única alternativa a una estupidez colectiva que se extiende como una gigantesca mancha de aceite. Una estupidez que no es espontánea ni consustancial al ser humano, sino que parece planificada con premeditación, alevosía y otros agravantes. Rebelémonos de verdad y comencemos a leer. Apropiémonos de la cultura y, solo de esta manera, podremos intentar ser libres