Algún amigo me lo recuerda de vez en cuando. Parece ser que lo dije en público en alguna ocasión, aunque yo no lo recuerde. Me hicieron esa pregunta odiosa: ¿cuál es tu mejor libro? Y mi respuesta fue la siguiente:
«Mi mejor libro se me ocurrió una tarde, paseando por una ciudad que no era la mía. De repente, lo vi claro en mi cabeza: la historia, los personajes, el ambiente, la tensión, el estilo… Era mi obra maestra, de eso no tenía duda. Regresé al hotel donde estaba alojado y cené sin dejar de pensar en ese libro. Incluso, por la noche, en el duermevela que precede al sueño, pude imaginar con claridad la obra terminada. ¡Sencillamente genial! Pero me desperté a la mañana siguiente y me di cuenta de que lo había olvidado. No recordaba nada y no había tenido la precaución de tomar notas. Por consiguiente, puedo afirmar que mi mejor libro lo olvidé antes de escribirlo.»
Algo parecido me sucedió ayer por la tarde. Volvía a casa, después de asistir a la presentación de una nueva editorial, cuando se me ocurrió una idea brillante para un comentario de este blog insaciable. Era, sin duda, interesante y, además, graciosa y simpática. Pero he de confesar que esta mañana no consigo recordarla. Por eso, he tenido que cambiar sobre la marcha el asunto de esta entrada.
No me preocupa en absoluto esta súbita y caprichosa pérdida de memoria, porque lo cierto es que la memoria me funciona bien, en líneas generales. Por el contrario, me encanta saber que mis mejores novelas y mis ideas más brillantes se me olvidan antes de escribirlas. Desde el punto de vista literario es maravilloso. ¿A quién diablos le importa lo que pueda opinar un médico al respecto?