Nos asombramos e indignamos –al menos, eso decimos– cuando vemos en algún telediario imágenes de lapidaciones de mujeres en determinados países, se supone que muy alejados de nuestra cultura y de nuestra sensibilidad. Habrá muchas personas que no podrán contenerse e, incluso, exclamarán con rabia: “¡Bárbaros! ¡Salvajes! ¡Fanáticos! ¡Criminales!” Y un largo etcétera de justificados improperios.
Ya sé que algunos me llamarán exagerado, pero a mí la lapidación que tiene lugar año tras año en Robledo de Chavela el domingo de Resurrección me recuerda las “otras” lapidaciones. En el pueblo de la sierra se apedrea a un muñeco, que representa a algún personaje detestable, que se haya hecho merecedor de esa lluvia de piedras. Este año le ha tocado el turno al ciclista Lance Amstrong, como si en nuestro país no hubiera personajes con méritos suficientes para estar en lo alto de la picota. Supongo que las autoridades locales habrán procurado que no apareciese en semejante guisa algún destacado correligionario político.
La gente, el mocerío por lo general, no se conforma con apedrear al monigote, lo cual, por si mismo, ya tiene más de una lectura; sino que cuelgan junto a él varios cántaros de barro. ¿Y qué hay dentro de esos cántaros? Pues, sencillamente, animales vivos: palomas, gallos, perdices…, que después de estar mucho tiempo encerrados en la vasija reciben la pedrada que debe liberarlos. Aturdidos, sobre todo los gallos, caen entre el gentío. ¿Y qué sucede entonces? Sucede que nadie se apiada de estos animales y, como acaba de suceder este año, son recibidos a patada limpia, como si se tratase de un balón de fútbol, ante el regocijo de muchos y la indiferencia de la policía local.
Y, claro, ante semejante espectáculo uno exclama con rabia. Y descubre que sus exclamaciones son las mismas que había utilizado al ver la lapidación de una mujer en un telediario. En el fondo, hay menos diferencias de las que parece. Seguramente, lo que subyace detrás de los que tiran piedras allá y de los que las tiran acá (observad las fotos) sea muy parecido.
Creo que el origen de todos nuestros males es que seguimos siendo un país bárbaro, insensible y, sobre todo, inculto. Tan inculto, que no perdemos ocasión para alardear de nuestra propia incultura. La lapidación anual de Robledo de Chavela es solo un ejemplo, seguramente un pequeño ejemplo.
¡Ah! Se me olvidaba decir que todo esto se enmascara dentro de la Semana Santa, pues en el fondo el apedreado siempre es Judas. Mientras las piedras llovían sobre él y sobre los indefensos animales, a pocos metros, Jesucristo resucitado se encontraba con su Madre, entre los acordes del himno nacional, interpretado por la banda del pueblo.
Decenas de niños observaban con los ojos muy abiertos, sin perder detalle. Buscando un final feliz a este comentario, sería bonito imaginar que, cuando esos niños se hagan mayores, acabarán con estas costumbres tan estúpidas y crueles.