Es mi primera novela y la escribí en 1983 (se publicó dos años después). Me sorprende que haya aguantado tantos años en el mercado, es decir, «viva». Y me alegra enormemente que se haya hecho una nueva edición en la serie «Los libros de Alfredo» de la colección Gran Angular. Esperaba con ganas esta edición, sobre todo porque én los últimos meses el libro estaba agotado y era prácticamente inencontrable. Ha sido un verdadero re-nacimiento.
Siempre hay algún libro donde el escritor refleja su vida (parte de su vida o algo de su vida) de manera especial, y en mi caso sucedió con «La casa de verano«. No es, ni mucho menos, la autobiografía de mi adolescencia. Pero hay muchas cosas: sentimientos, emociones, lugares, incluso personas… sacadas directamente de mis entrañas.
No es la novela mía con mayor éxito de ventas -aunque diecinueve ediciones no están nada mal-; sin embargo, es un libro que ha calado muy hondo en algunas personas. A quien le ha gustado «La casa de verano» le ha gustado mucho y, curiosamente, no se olvida con facilidad del libro. Me encuentro a menudo a treintañeros, que leyeron la novela hace quince o veinte años y que me la recuerdan como si la hubiesen leído ayer. Eso me emociona siempre. Y lo más interesante para mí: siguen leyéndola quinceañeros con el mismo fervor, sin notar los veinticinco años que han transcurrido desde que fue escrita.
«La casa de verano«, aunque esté situada en un lugar y en un momento concretos, es una novela atemporal, y eso le hace resistir el paso del tiempo. Habla de cosas inmutables, porque son cosas que tienen que ver con sentimientos profundos de los seres humanos, con descubrimientos, con experiencias que todos debemos afrontar. Eso la acerca también al público adulto. La novela se mueve por esa frontera difusa entre jóvenes y adultos y, para mi satisfacción, gusta a lectores de las dos orillas.
La nueva edición, ¡magnífica! Una portada oscura, pero muy sugerente, que invita, que araña, que susurra… Me encanta el juego de las figuras de la portada y la propia grafía del título. La acompaña el apéndice habitual de la serie, con una peculiaridad muy interesante: la entrevista final me la hace mi propio hijo, Jorge. Cuando tenía seis años, él hizo también el viaje en coche hasta Viena, ese viaje que se va relatando en la novela y que, al mismo tiempo, se va convirtiendo en un viaje en el tiempo.