Como se trataba del Premio Nacional, el premiado se fue a comprar una camisa a las tiendas de moda de unos grandes almacenes. ¡Qué menos que estrenar camisa para recibir semejante galardón! No escatimó en el precio; era de marca, quiero decir de marca cara. Se la probó y le quedaba aparentemente bien. Como es lógico la estrenó el día señalado y hasta hizo el esfuerzo de anudarse una corbata al cuello, esa corbata llena de rinocerontes que le habían regalado años atrás. En las fotos oficiales puede vérsele luciendo ambas prendas y una sonrisa de satisfacción.
Llevó puesta la camisa todo el día y cuando se la quitó ya tenía la certeza de que aquella camisa no le sentaba bien. Volvió a mirar la talla. XL. Era su talla, sí, de hombros le quedaba bien, y de mangas; sin embargo… algo fallaba en aquel corte, en aquel diseño. ¿O acaso era su anatomía la que estaba fallando?
Cuando regresó a su casa, el premio nacional, lavó la camisa y la planchó con gran delicadeza. Quedó como nueva. Era nueva, claro está. La dobló con cuidado y le fue colocando los alfileres, los cartones, las etiquetas… Por suerte no había tirado nada. Finalmente, la introdujo en la bolsa de los grandes almacenes y se fue a devolverla. La dependienta que le hizo el cambio le explicó que el modelo que se había llevado era muy entallado, de ahí que no le quedase bien. La nueva camisa, por supuesto, no tenía ese problema.
Hoy, años después, el premio nacional ha tirado la camisa. Estaba vieja y tenía unas manchas que no se quitaban. Viéndola en el cubo de la basura, se ha quedado pensando en la camisa auténtica, es decir, la que llevó puesta el gran día, durante la gran ceremonia, en los posados fotográficos. Es más que probable que alguien la hubiese comprado posteriormente en los mismos grandes almacenes y que la hubiese utilizado muchas veces sin saber que aquella prenda de tela guardaba un secreto entre los pliegues de su talle. El premio nacional sonrió antes de dejar caer la tapadera del cubo de la basura.