El escultor Juan Muñoz murió súbitamente en el verano de 2001. Aun no había cumplido los cincuenta años. Ya era un escultor conocido en medio mundo. Hasta el día treinta y uno de agosto se puede ver en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía una exposición de su obra, «Retrospectiva». Tener la posibilidad de acercarse a verla y no aprovecharla sería imperdonable.
El estado de ánimo del que mira, del que contempla, siempre me ha parecido fundamental. Por eso, podemos contemplar una misma obra de arte en dos momentos diferentes de nuestra vida y experimentar sensaciones distintas, hasta opuestas. ¿Cuál era mi estado de ánimo cuando hace unos días estuve paseando entre las figuras de Juan Muñoz por el museo? No hablaré aquí de esas cosas, al menos explícitamente; pero estoy convencido de que mi estado de ánimo tuvo que influir a la hora de interpretar -a mi manera, por supuesto- la obra que tenía delante. ¿Estaba yo predispuesto a integrarme con la obra o, por el contrario, la obra tiene el poder de atrapar al que observa, al que mira, al que simplemente pasa por allí…? Me perturbaron esos rostros clónicos que no dejan de reír. ¿De qué se ríen? ¿Por qué se ríen? Me desorientaron los espacios donde se encuentran los personajes, a veces los espacios parecen los contrario: la falta de espacio. Personajes -¿no sería más correcto decir figuras?- que han sido captados en un instante concreto en medio de una inmensa sala vacía, donde lo único ajeno son los propios visitantes. Personajes colgados de una pared, sentados, con las zapatillas de andar por casa, riendo a carcajada limpia. Personajes que se agachan para mirar, para buscar, y solo encuentran un espejo que les devuelve su propia imagen. Enanos solitarios en el escenario de un teatro. Hombres que parecen balancines y a los que dan ganas de empujar. Te acabas fundiendo, confundiendo, con las figuras -¿no debería decir personajes?-, y te das cuenta de que, como ellas, eres un espectador más. Vuelves la cabeza sorprendido y descubres que el público, ese público que ha pagado una entrada como tú, te está observando. Observar y ser observado. Te da un vuelco el corazón y te miras las manos, el cuerpo entero, para cerciorarte de que no eres de resina, ni de bronce.
Se dice siempre que una obra de arte es la que habla de cosas eternas, permanentes desde que el hombre es hombre. Y esas cosas, la verdad, son pocas. Por eso el arte se repite y se repite. Lo importante es reinterpretar en cada momento el presente, el presente del creador inmerso en el mundo -su mundo y el mundo de los demás-. La visión de Juan Muñoz inquieta, sorprende y conmueve.