Jordi Sierra i Fabra es uno de los fenómenos más interesantes de la literatura española. Nos asombra su enorme producción, que imagino que rondará los quinientos títulos y, ligado a lo anterior, su capacidad de trabajo, que no disminuye con el paso de los años (no creo que queden aún cretinos que piensen que tiene un ejército de negros trabajando para él). Nos admira su pasión desmesurada por la escritura. Le he oído decir varias veces que la literatura le salvó la vida y él, con su generosidad inabarcable, le ha devuelto el favor multiplicado. Es de una versatilidad que en ocasiones parece imposible, puede cambiar de registro, como un camaleón cambia de color, o de estilo, o de género. Sabe que el escritor solo tiene sentido en función de la obra, y la obra es la que manda; puede ser directo como una bala, o ensimismado como una flor en la orilla de un estanque. Su obra es un abanico desplegado sobre el mundo, sobre el planeta Tierra, sobre la galaxia. Sus libros son un viaje inacabable que tan pronto atraviesa territorios sombríos como luminosos; es un viaje y una búsqueda permanente, que él quiere que sea colectiva.
Jordi, además, es una persona entrañable. Eso sí, hay que rascar un poco en ese caparazón en el que suele refugiarse. Jordi es una persona solidaria y generosa. No es preciso que repita aquí en qué causas ha empleado el dinero que ha ganado con los libros. Cualquiera que tenga interés puede informarse fácilmente. Y no solo ha empleado dinero en esas causas, sino también tiempo, mucho tiempo, entusiasmo, mucho entusiasmo, ilusión, mucha ilusión… Desde que era niño no deja de correr detrás de un sueño y aunque a veces tiene la sensación de que lo ha alcanzado, no cejará nunca en la carrera.
Jordi ha abierto caminos a la literatura infantil y juvenil, a la que tanto ama. Lo ha hecho con sus reconocimientos, con sus logros, con sus viajes a lo largo y ancho del mundo con los libros bajo el brazo. No sé si todos los que escriben para niños y jóvenes querrán agradecérselo. Yo, sí.
Con el último reconocimiento que ha obtenido, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2017, Jordi sigue abriendo caminos. He visto la lista de galardonados y no hay ninguno que la merezca tanto como él, a pesar de que hay nombres muy conocidos y reconocidos. Y digo esto porque estoy seguro de que Jordi ha tenido que superar un listón muy alto, más alto que el de los demás, pues llevaba a la LIJ por bandera, tal y como ha reconocido el jurado, que al final habrá caído rendido, apabullado, ante sus méritos. Todos sabemos de las dificultados cuando nuestra única bandera es la de la LIJ.
¡Qué alegría tan grande!
Sé que Jordi y yo somos amigos aunque vivamos a quinientos kilómetros de distancia y nos veamos de pascuas a ramos. Sí, es así, son cosas de la literatura. Para ilustrar este comentario he elegido una foto, que para los tres que aparecemos en ella es ya histórica. Está tomada en Barcelona en torno al año 2000, o 2001. El tercero es Antonio García Teijeiro, reciente premio Nacional de LIJ, otro amigo entrañable que, curiosamente, también vive a quinientos kilómetros. ¡Qué jóvenes estábamos y qué poco hemos cambiado!