Después de un tiempo de trabajo, has terminado un libro de literatura infantil o juvenil y decides que ha llegado el momento de buscar editorial. Por consiguiente, se lo envías a una, con la que quizá ya habías publicado con anterioridad, o no. Este comentario vale para escritores con una larga obra publicada a sus espaldas y para los que están empezando y buscan un hueco para asomar la cabeza.
Tu libro ha llegado a la editorial. Vamos a imaginar que el editor lo ha leído y le gusta mucho; pero se da cuenta de que, aunque sea tangencialmente, aparece una mujer que padece o ha padecido a un hombre machista que la ha hecho sufrir. Entonces al editor se le enciende una luz roja y, de inmediato, busca lo que se llama un informe externo, es decir, pasa el libro a alguien de un colectivo experto en violencia machista para ver si encuentra algo que contravenga lo correcto, lo normativo, o que pueda herir susceptibilidades, por supuesto, desde el punto de vista de este colectivo, al que es posible que la literatura infantil y juvenil le quede más lejos que Nueva Zelanda. Como es de imaginar, la persona –o personas– que valoren el texto, henchidas de “responsabilidad”, lo harán con el hacha de guerra entre las manos.
Vamos a imaginar que en tu libro se habla de un homosexual, o de una lesbiana, o se hace alguna referencia a la identidad de género, o un simple comentario, volverá a encendérsele la luz roja al editor, que buscará enseguida un informe externo, que se encargará a alguna persona relacionada con el colectivo LGTBI y que, por tanto, conozca muy bien su ortodoxia. Como en el caso anterior, lo hará con el cuchillo bien afilado entre los dientes.
Si en tu libro sale algún animal, ya sea doméstico o salvaje, de pelo o de pluma, terrestre o acuático, se pedirá el informe externo a alguien de un grupo animalista. Si, además, aparece un personaje comiéndose un filete de ternera o dando cuenta de un pollo asado o un espeto de sardinas, ¡ojo!, a ver cómo lo planteas para no ofender a los vegetarianos, pues lo más probable es que también se les pida un informe externo sobre ello.
Si aparece un ciego, posiblemente se recurrirá a alguien de la mismísima ONCE para que elabore el informe externo, que como mínimo exigirá que se cambie la palabra “ciego” por “invidente”. Si hablas de un niño adoptado, el informe lo hará algún colectivo de padres con niños adoptados, que se preguntará indignado –y esto es verídico–: ¿cómo este escritor ha osado escribir sobre un niño adoptado si no ha adoptado a ninguno? Y lo mismo ocurre cuando nos referimos a la emigración, a sectores de la población marginados, a los enfermos, a los viejos (tendrás que pelear por mantener la palabra “viejo”), etc. etc. ¡Y cuidado con las referencias a la religión, a cualquier religión o creencia! ¿Y para qué seguir?
El editor te llamará un día y te dirá que el libro no se puede publicar porque un informe externo ha dicho que… Imaginadlo vosotros mismos. Entonces tú, con cara de no entender nada, le preguntas:
–Pero a ti, como editor, ¿qué te parece el libro?
–Extraordinario –te responde–. Original, con unos personajes muy potentes, muy bien escrito, con una calidad literaria innegable. Pero, ya sabes, el informe externo dice que…
–No entiendo nada.
–No te preocupes –añade–. Un libro como este podrás publicarlo en cualquier otra editorial, sin problema.
El editor no ignora que las demás editoriales también acuden a los informes externos. Luego, nos quejamos de que haya personas que menosprecien y no valoren la literatura infantil y juvenil. Así nos luce el pelo. ¿El pelo? Eso en el supuesto de que no nos hayamos quedado calvos.
Los informes externos, que se entere todo el mundo bien, son los que busca el propio autor a la hora de escribir el libro. Él recurrirá a donde crea que tiene que recurrir y buscará colectivos o personas que le asesoren. El informe externo no es otra cosa más que la documentación. Lo demás, en la mayoría de los casos, es censura.