En nuestro país –es una obviedad– agosto es tiempo de piscinas. Y esta sociedad “biempensante” en que vivimos ha procurado organizar y controlar al máximo todo lo relacionado con los baños públicos recreativos: horarios, indumentaria, calzado, normas higiénicas, comportamiento, etc. Hay que pensar que en una sola piscina pueden coincidir un mismo día cientos, o miles, de personas. Hasta aquí, correcto.
También se promueven cursos para aprender a nadar, sobre todo enfocados a los niños. Aprendizaje, perfeccionamiento, mantenimiento, formas de lanzarse al agua, respeto a los demás nadadores, etc. Hasta aquí, correcto también.
Lo sorprendente viene ahora. Un grupo de niños se encuentra dentro de la piscina y su monitora, desde la orilla les grita:
–¡Ahora vamos a hacer la estrellita!
Y entonces todos los niños, boca arriba, con los brazos y las piernas ligeramente abiertos, se quedan flotando, sin moverse. A mí esa postura me recuerda muchas tardes de mi infancia metido en el agua con mis amigos.
–¿No es eso hacerse el muerto? –le pregunto a la monitora.
–Antiguamente se decía así –me explica–, pero no es correcto. Algún niño podría sufrir por alguna experiencia vivida. Podría identificar el hecho con algún difunto de su familia, ¿comprende? No, señor; no es correcto hacer ese tipo de alusiones.
Quizá me haya quedado antiguo, o muy antiguo, pero no lo comprendí. Llevo toda la vida haciendo el muerto en la piscina y hasta ahora ningún difunto, ni siquiera los más allegados y queridos, se ha molestado lo más mínimo. Y ninguno de mis amigos, ni yo mismo, hemos sufrido un trauma psicológico por ese motivo.
No tengo ganas de comentarios, pues el calor me está invitando a hacer el muerto en la piscina. Solo espero que estas líneas os inviten a pensar en la estupidez de nuestra sociedad “biempensante”.