Hay libros que conviene releer en distintos momentos de nuestra vida y, por consiguiente, con diferente edad. Uno de ellos puede ser «El retrato de Dorian Gray». Debí de leerlo por primera vez a los diecinueve o veinte años, pero nada comparable con la relectura que acabo de hacer, ya en «la edad tardía». Creo que era Borges quien comentó que Oscar Wilde decía muchas cosas, y casi todas ciertas. Va un fragmento, que no hay que tomarse al pie de la letra:
Él reflexionó un momento.
-¿Puede usted recordar algún gran error que haya cometido en sus primeros días, duquesa? -preguntó, mirándola por encima de la mesa.
-Me temo que un gran número -exclamó ella.
-Pues cométalos de nuevo -dijo él gravemente-. Para volver a ser joven no tiene más que repetir sus locuras.
-Deliciosa teoría -exclamó ella-. Tengo que ponerla en práctica.
-Peligrosa teoría -declaró sir Tomás entre dientes.
Lady Ágata movió la cabeza, pero no pudo por menos de sonreír. Mister Erskine escuchaba:
-Sí -continuó-, este es uno de los grandes secretos de la vida. Hoy en día, la mayoría de la gente muere de una especie de rastrero sentido común, descubriendo, cuando es ya demasiado tarde, que lo único que uno nunca deplora son sus propios errores.