En 1938 el poeta León Felipe publicó “El payaso de las bofetadas”. En uno de los poemas más conocidos del libro –“Pero ya no hay locos”– puede leerse:
“Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos,
infinitamente menos,
que el orín de los perros.”
Recomiendo su lectura, porque en algunos aspectos es de rabiosa actualidad. Pero yo me voy a ir por otros derroteros, que la política de este país me produce mucha repugnancia y hastío. Quería, más bien, escribir unas líneas sobre el orín de los perros. Para León Felipe el orín de los perros era algo que no valía nada. En aquella época los perros en sí mismo no valían gran cosa; o el ser humano les encontraba una utilidad, o vagabundeaban sarnosos por las calles. Pero hoy, casi ochenta años después, las cosas han cambiado mucho. Yo me alegro por los perros –a pesar de que algunos todavía son maltratados y abandonados–, pero lo que está claro es que el poeta, si hubiese escrito hoy en día esos versos, se lo hubiese pensado antes.
Hace unos días, dentro de unos grandes almacenes, pasé por casualidad por la sección canina y lo que vi, aunque ya lo imaginaba, me dejó boquiabierto: todo tipo de ropa para perros (masculina y femenina, por supuesto; de invierno y de verano; y de entretiempo); una máquina para hacer palomitas de maíz para perros; comidas de todo tipo (y no me refiero ni mucho menos esa comida para perros que se vende en sacos), sino a platos que parecían salidos de un restaurante de los de tres estrellas de la Guía Michelin: magdalenas hinchadas caninas para el desayuno, todo tipo de repostería, guisos inimaginables, tartas de cumpleaños, etc. etc. Espero que las fotografías que incluyo sean ilustrativas, porque yo no tengo ganas ni de recordarlo. De los precios, prefiero ni hablar.
Como todo el mundo sabe, hay hospitales para perros, con sus quirófanos y especialidades, donde se les interviene de cualquier dolencia, se les ponen prótesis y marcapasos, se les da quimioterapia si tienen un tumor… “¡Qué suerte tienen los perros!”, exclamará un toro mientras en degollado en una plaza, o un ciervo abatido por un cazador, o un cordero recién nacido antes de entrar al horno…
Pero me estoy yendo por las ramas, que yo quería hablar de otro asunto.
Querido León Felipe, creo que el orín de muchos perros, en estos tiempos que corren, vale su precio en oro. Si vivieses, tendrías que reescribir esos versos. ¿Se te ocurre alguna idea? Quizá…
“Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos,
infinitamente menos,
que el orín de los…
–¿parados, desahuciados, marginados…? Podríamos englobarlos a todos y escribir simplemente “pobres”–.
…que el orín de los pobres.”
Creo que en nuestros tiempos los versos tendrían mucho más sentido de esta manera.