En muchas ocasiones, cuando termino un libro, tengo la sensación de que solo he escrito unos papeles que he introducido dentro de una botella, que por supuesto he arrojado al mar. ¿Alguien encontrará la botella? ¿Alguien sacará esos papeles de su interior? ¿Alguien se molestará en leerlos? Pero a veces ocurren cosas que te descubren que el círculo se cierra y que, de alguna manera, se produce el milagro (siempre es un milagro, aunque se repita miles de veces). Acabo de recibir una carta que me ha removido los recuerdos y los sentimientos. La trascribo tal cual (con el permiso de su autora, por supuesto).
Buenos días, señor Alfredo, sírvase excusarme el atrevimiento de contactarlo.
Soy Liliana María Guisao Fernández, una maestra de Medellín del primer grado escolar de niños con dificultades de aprendizaje. Cada mes leemos un texto para reflexionar y construir experiencias de vida a partir de él; este último mes tuvimos la fortuna de disfrutar la lectura de su maravillosa novela «Barro de Medellín».
Nuestra escuela se encuentra ubicada en el sector de la Biblioteca España, por lo que el entorno que se describe en su texto no es para nada extraño para los veinte chicos y chicas que conforman el grupo.
Al iniciar la lectura, nos fuimos sumergiendo poco a poco en una fantástica historia de vida, más que en una ficción, tanto así que los niños aseguran conocer exactamente el lugar de los hechos y, según ellos, hasta tienen familiares que viven cerca y se enteraron de todo.
Cada mañana al iniciar la jornada de clase, hacíamos la lectura de un capítulo y todo el trayecto de la lectura fue una experiencia sublime; niños y niñas comenzaron a interesarse por el autor de la obra y diariamente trataban de investigar algo sobre usted, buscaron fotos por internet, conocer de su vida y acercarse a ese alguien que los conocía tan bien, aun viviendo en otro lugar, y que además de eso los invitaba a convertir sus historias, duras casi siempre, que pueden tener un final que no sea de horror y arrebatarle mucho más de la alegría que ellos sienten no tener, pero que es absolutamente posible lograr para perseguir sueños.
El próximo miércoles visitaremos la Biblioteca para conversar allí sobre lo que saben de usted y del texto con las personas del lugar, cada niño y niña realizó dentro de sus posibilidades cognitivas, una carta dirigida a usted, en gratitud por su texto; yo se las estaré haciendo llegar por este medio si no le molesta.
Reitero de nuevo mi gratitud por dejar entre líneas la posibilidad de creer que los sueños son alcanzables por tormentosa que parezca la vida, pues después del aguacero, aprendimos que queda el barro para seguir pintando la vida de color intenso.
Quedo atenta a su comentario.
Liliana María Guisao Fernández.
Lic. Educación Especial.
Psicóloga.