Durante años me negué rotundamente a dar conferencias. Alegaba que las cosas que tenía que decir ya las decía en mis libros, y que todo lo demás sobraba. Añadía que no era un teórico de la literatura, ni un especialista de nada, ni un sabihondo repelente. Incluso, recurrí a esa famosa frase de… «los pájaros no entienden nada de ornitología», que no sé a quién se le ocurriría.
Rechacé invitaciones que, se mirasen por donde se mirasen, eran muy atractivas: dos a Nueva York, otras dos a México, una a San José de Costa Rica, a Marsella, a Londres…, además de muchos lugares dentro de España. Hasta que un día me dije que mi actitud era la de un perfecto imbécil y decidí cambiar radicalmente. Me dije: «desde hoy diré siempre que sí.» Eso me ha llevado, como es natural, a dar conferencias, sobre LIJ fundamentalmente, pero también sobre teatro, o sobre la actitud de los jóvenes en el mundo de hoy y, como es lógico, sobre mí mismo y sobre mis libros.
El proximo 14 de febrero tendré que dar una conferencia para clausurar un congreso (así lo llaman los organizadores) sobre «Lectura Eficaz». No tengo ni idea de lo que voy a decir ni si saldré airoso del envite. Pero esas dos palabras me están dando que pensar: «lectura» y «eficaz». Pienso que la eficacia lectora debería conseguirse sobre todo durante el aprendizaje, por consiguiente habría que decir mejor «aprendizaje eficaz». Pero cuando uno ya ha aprendido a leer bien, de una forma consolidada y madura, ¿debe seguir siendo eficaz la lectura? Y eso nos lleva de inmediato a plantearnos otra pregunta: ¿Qué es eficacia? Yo siempre he sido muy ineficaz, lo que no me ha impedido leer con pasión y pulsión.