El campo, es decir, ese lugar «donde pasean los pollos crudos» tiene sus riesgos. Sería prolijo enumerarlos aquí y, además, desvirtuaría el sentido de este Falso Diario. En la entrada anterior avisaba, o más bien comunicaba, que iba a retirarme del «mundanal ruido», sin ánimo, eso sí, de buscar ningunda «senda», ni «sabios que en el mundo han sido». Después de unos días en compañía de los pollos crudos (tengo que reconocer que en una ocasión me comí uno guisado), los resultados saltan a la vista.
La fotografía que acompaña el comentario ilustra perfectamente lo que digo. Acabo de visitar al otorrinolaringólogo (que a pesar de mi amigo Teo, nada tiene que ver con el ornitorrinco) y el diagnóstico es claro: «crecimiento espontáneo de vegetación silvestre en ambos pabellones auditivos». Tendré que hacerme distintas pruebas radiológicas y análisis varios para determinar qué tipo de vegetación me ha crecido en las orejas de manera tan alarmante. Luego, tal vez haya que recurrir a la cirugía para extirpar esos apéndices tan ecológicos. Se trata, simplemente, de uno de los muchos daños colaterales del campo.