
El sitio elegido era más amplio y más cómodo, pero, eso sí, estábamos expuestos a las miradas de todo el mundo, porque además era la hora del recreo. Mientras iba escribiendo las dedicatorias, me fijé en dos chavales que se habían parado no muy lejos de la mesa, fuera de la fila. Eran mayores y seguro que estaban en un curso más alto, que no había participado en el encuentro. Tenían cara de curiosidad, de intriga incluso. De pronto, hablaron entre sí y pude oír sus palabras.
–¿Quién es ese? –preguntó uno.
–Un escritor –respondió el otro.
–¿Pero qué escritor? –insistió el primero.
–Un escritor contemporáneo –remató el segundo.
Aclarado el misterio, se dieron la vuelta y se alejaron. Yo pensé en esos momentos que era una verdadera suerte para mí ser un escritor contemporáneo.