En el Acto IV de “La tempestad”, Próspero dice una frase, que se ha hecho célebre, como tantas otras de William Shakespeare: “Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño”. Uso una traducción algo antigua, de Luis Astrana Marín. La frase es citada en una de las obras dramáticas de Eugene O’Neill, quizá la más autobiográfica, “El largo viaje de día hacia la noche”.
Me gusta la literatura tejida en torno al ser humano y a su complejidad infinita. Me gusta la literatura construida con los sueños de los seres humanos. Me gusta la literatura que trata de descifrar la materia de la tela que ha servido para darnos forma a los humanos y a nuestros sueños. Quizá no se nos puede separar de nuestros sueños, porque si se hiciese dejaríamos de ser humanos. Así de simple. Y luego está la vida, que juega con todos nosotros a su capricho, y que casi siempre arrasa despiadadamente con todos nuestros sueños. En este punto, discreparía con Shakespeare: nuestra corta vida no siempre se cierra con un sueño, la mayoría de las veces se cierra con una decepción y un gran desconsuelo.
Por estas cosas –y por otras– me gustó anoche la obra de O’Neill. Es una obra larga, profunda, intensa, densa, sostenida tan solo por sus poderosos diálogos. Parece insólito en nuestros tiempos de pirotecnias de colorines, esas que, después del estallido, se convierten en nada. Podéis verla en el Teatro Marquina, de Madrid.