Queridos Reyes Magos:
Sé que muy pronto pasaréis por nuestro país para dejar vuestro cargamento de juguetes. A estas alturas, después de más de veinte siglos, nadie puede dudarlo, y mucho menos los niños. Ellos saben que cumpliréis con el ritual y que les caerá encima una lluvia de juguetes, la mayoría sin haberlos pedido ni deseado.
Yo, como soy adulto, hace tiempo que no os pido juguetes; pero tengo que agradeceros que me hayáis traido algunas cosas difíciles que a veces os solicité en mi carta. Este año quiero pediros algo que… Dudo. Incluso, me cuesta decirlo. Espero que me entendáis, Majestades de Oriente. Este año quiero pediros que no paséis por aquí. Os puedo recomendar muchos lugares del mundo donde sin duda seréis bien recibidos.
Pero por aquí, no, por favor. Los niños españoles, los niños del llamado Primer Mundo, necesitan urgentemente que no vengan los Reyes Magos. Decírselo también a Papá Noel, a San Nicolás y a todos esos «locos» que reparten juguetes. Los niños del Primer Mundo son las primeras víctimas de la terrible e insaciable sociedad de consumo, esa misma que los políticos sin escrúpulos nos venden como una panacea. Estos niños no necesitan juguetes, más juguetes, porque les sobran. Estos niños lo que necesitan es alguna decepción, algún desconcierto, alguna incertidumbre, para que pinchen la burbuja donde les hemos encerrado. Y que, de este modo, puedan ver más allá y tratar de comprender que una ilusión no tiene por qué tener relación con un juguete. Seguramente la mejor ilusión es la que va desprovista de cualquier cosa material.
Los niños no son tontos, pero les estamos haciendo tontos. Quizá muchos adultos aspiren solo a eso: a que los niños sean tan tontos como ellos. Pero no puede ser así, Majestades de Oriente, y estoy seguro de que me comprenderéis.
Yo no sé cómo hacer reaccionar a los niños. Llevo años intentándolo con libros que escribo para ellos. Ahora os pido un poco de ayuda. ¡No vengáis por aquí! Como los niños son listos, acabarán comprendiéndolo y, al final, hasta os darán las gracias.
Además, todos esos juguetes que ya tenéis preparados, pueden hacer mucho bien a otros niños del mundo, esos niños -miles, millones- que no tienen nada de nada y que ni siquiera saben lo que es un juguete. Buscadlos a ellos. Estoy seguro de que los encontraréis. No es difícil.
Siento proponeros romper una tradición tan antigua, pero, por favor, desviad vuestro camino ahora que estáis a tiempo. Espero que me hagáis caso, pues este año no me he portado ni mejor ni peor que otros.
Alfredo.