Es verdad, parafraseando a Machado, que se hace camino al andar. Y la idea de camino tiene mucho que ver con lo que es la vida. Es una imagen poco original y muy repetida, de la que se ha servido todo el mundo (incluidos sectores ultracatólicos, que han puesto ese nombre a su Biblia particular). Caminar y caminar. Caminar al corazón de las tinieblas, al final de la noche, al interior de una manzana, al centro de la Tierra, al otro lado del espejo, a la tierra sin pan, al desierto de los tártaros, a ninguna parte… Se hace camino al andar, claro; pero da la sensación de que ya todos los caminos han sido recorridos, pisados una y otra vez. Vayamos por donde vayamos encontraremos huellas de personas que pasaron antes que nosotros por ese mismo lugar, por esa misma circunstancia. Personas que sintieron la misma emoción o la misma congoja. Incluso, encontraremos avisos de dificultades y peligros, porque a los seres humanos nos encanta avisar a los demás.
Pero no nos queda otra, por eso añadiremos nuestra huella y continuaremos adelante. Daremos los mismos rodeos que dieron otros, tropezaremos en las mismas piedras, pisaremos los mismos charcos e intentaremos no caer en los mismos precipicios. A veces, el camino será placentero porque coincidiremos un trecho con otra persona, y tal vez soñemos juntos durante una temporada, hombro con hombro, hasta que inevitablemente lleguemos a una encrucijada.