Los que vivimos nuestra infancia y adolescencia en la dictadura franquista, recordamos la cartelera de los cines, que llenaba las páginas finales de los periódicos y que consultábamos casi a diario, pues el cine era uno de nuestras grandes pasiones. Buscábamos películas que pudieran resultarnos atractivas y una de las cosas que más valorábamos era la “Calificación moral” de esas películas”, que era un número que se adjudicaba a cada una de ellas.
(1) Películas aptas para todos los públicos, ”inofensivas”.
(2) Para jóvenes de catorce a veintiún años.
(3) Mayores de veintiuno.
(3R) Mayores, pero “con reparos”.
(4) Películas gravemente peligrosas, rechazables.
Ni que decir tiene que el mayor atractivo para nosotros era el de las películas clasificadas con el número (4), que intentábamos ver a toda costa. En mi barrio, a los grandullones como yo, no solían pedirnos el carnet en la puerta y desde los quince años entrábamos en las salas sin problema.
Observo perplejo que ahora estamos volviendo a la calificación moral de las películas (y de los libros, y del arte, y de la cultura en general) y, como antaño, el baremo de lo políticamente correcto se impone a todo lo demás. Ni que decir tiene que lo políticamente correcto de ahora es diferente, aunque no por ello resulta menos aberrante.
Debería preocuparnos este hecho, y me preocupa; pero al mismo tiempo pienso que tal vez el público se lance en masa a ver todas las películas que sean catalogadas como “gravemente peligrosas”, y a leer los libros y a asistir a cualquier otra manifestación artística. Ya existen “Index” de lo prohibido, llenos de obras estigmatizadas con el irresistible y tentador número (4). ¿Puede existir una mejor recomendación?