
El pasado día 19 de mayo, casi simultáneamente, el gran volcán siciliano, Etna, y el Estrómboli, situado en la isla del mismo nombre, al norte de Sicilia, entraron en erupción. El fuego salió con fuerza de sus entrañas, donde el mitológico Hefesto (Vulcano para los latinos) tiene su fragua siempre al rojo vivo. Los rugidos desgarradores de la propia tierra, convertida en lava incandescente, resultaban escalofriantes. Nadie dudó en Sicilia –ni yo tampoco– que estas erupciones eran salvas de honor a Franco Battiato, que acababa de fallecer unas horas antes, el día anterior. El músico italiano había nacido allí mismo, en Riposto, una pequeña población situada en la falda del volcán, ya en la costa; y fue a morir a Milo, donde tenía su casa, a muy pocos kilómetros. Los volcanes, emocionados, le rindieron pleitesía de la única manera que ellos saben.
Es inevitable pensar en la isla de La Palma. El Cumbre Vieja no tiene un motivo tan poético para seguir vomitando lava, entonces ¿por qué demonios no se calma de una vez? Quizá no haya encontrado aún su “centro de gravedad permanente”.