No hace mucho me comentaban que una conocida escritora española había decidido cerrar su blog, cansada de recibir comentarios desagradables, groseros y sin ningún sentido, además de algunos insultos. Cuando hace siete meses puse en marcha este «Falso diario» mi pretensión era crear una ventana más donde poder expresarme -que es en definitiva el trabajo del escritor-. Y esa ventana no tendría necesariamente que ver con la literatura infantil y juvenil, que es lo que ocupa la mayor parte de mi trabajo. Siempre me sorprendió lo bien que lo entendieron los niños, que consultan mi página web, a cuyo correo me escriben constantemente; pero, sin embargo, se mantienen al margen del blog, pues se dan cuenta de que va dirigido a otro público.
Por lo general, todos los comentarios que me han dejado en el blog han ido en esa línea: una forma de expresar ideas y sentimientos, y también de suscitar pequeños debates. Agradezco sinceramente a todos los que han dejado sus comentarios en cualquiera de las entradas de mi blog, pues entre todos han contribuido a mejorarlo y a llenarlo de sentido e interés.
Es una pena que un blog no pueda transmitir el tono de las palabras, su contexto, su doble intención o su ironía. Para eso se necesitaría mucho más espacio y entonces el blog dejaría de ser un blog. Por eso, leer un blog en muchas ocasiones es como oír la letra de una canción; solo la letra, sin la música. Una de las entradas que hice se refería al premio Ala Delta, que gané la pasada primavera. Decía entonces que había quedado satisfecho de la novela cuando la escribí y que hasta pensé que merecía un premio. ¿Alguien que haga un trabajo de creación no ha pensado alguna vez eso mismo, aunque esté equivocado? Es más, ¿alguien que haga cualquier tipo de trabajo no se siente alguna vez especialmente satisfecho de cómo le ha quedado ese trabajo? Esto es obvio, y si alguien no lo entiende es que es capaz de entender pocas cosas en la vida. Además, se da la circunstancia de que mi comentario ese día, aparte de la alegría lógica por el premio, no era precisamente eufórico, y más de una persona (de las que saben profundizar en lo que leen) se dio cuenta y me lo hizo saber. Quizá por ese motivo me sorprendió que alguien entendiese mis palabras como un gesto de prepotencia. ¡Qué poco me conoce ese alguien, aunque parece ser que ha leído algunos libros míos! Pero lo que ya me resulta cargante es que ese alguien insista una y otra vez, tergiverse lo que lee y saque las palabras de contexto para llegar a conclusiones peregrinas. Y lo que me resulta preocupante es que ese alguien, no conforme todavía, utilice tres nombres diferentes para seguir dando la matraca. ¿Quien es el prepotente?
¿Era prepotente la escritora española que tuvo que cerrar su blog, o lo eran las personas que sistemáticamente se dedicaban a incordiarla? Creo, sin duda, que el más prepotente es quien se aprovecha de un espacio creado por otra persona para utilizarlo a su antojo.
El mundo fascinante de Internet tiene estas cosas. Y no me voy a referir a mi modesto blog, sino que hablo en general. Es apasionante ver esa tela de araña que se teje alrededor del planeta y que facilita una comunicación directa y horizontal. Como contrapartida, comprobar que los pelmas, los malintencionados y hasta los tontos de capirote han encontrado su caldo de cultivo. Resultaban más graciosos cuando escribían en las paredes de los urinarios públicos.