Me contaba una amiga ilustradora con una larga trayectoria que, cuando ella empezaba, los primeros trabajos solían ser libros de texto, donde primaban la prisa y la supeditación del dibujo a los contenidos. Era un gran paso conseguir que te encargasen un libro de literatura, por lo general en edición rústica, en el que ya podías volcar más a gusto tu propia creatividad, aunque solo se tratase de hacer algunos dibujos en blanco y negro y la portada. El último paso –la meta ansiada–era el álbum ilustrado, donde ya ibas a tener ocasión de mostrar todo tu talento. Ese era el proceso, a grandes rasgos, y el proceso inevitablemente conllevaba un aprendizaje, en el amplio sentido de la palabra.
Ahora las cosas parecen haber cambiado y es frecuente encontrarte a ilustradores muy jóvenes, comenzando su carrera, que han publicado exclusivamente álbumes. Podemos pensar que eso está muy bien y felicitarlos por ello, de no ser por algunas sombras que rodean al asunto.
En los últimos años han proliferado pequeñas editoriales –pequeñísimas algunas, diminutas– que solo desean publicar álbumes. ¿Vivimos un momento favorable para el álbum? Probablemente, sí. Sin ánimo de generalizar, algunas de estas editoriales no pagan a los autores/ilustradores (que además suele ser la misma persona). La Asociación de Ilustradores de Madrid, APIM, ha elaborado una larga lista de editoriales que no pagan, para prevenir a sus asociados. Por otro lado, observamos que detrás de muchas de estas editoriales hay un ilustrador frustrado –insisto, sin generalizar–, que ha montado la editorial fundamentalmente para autopublicarse y poco más. También hay editoriales –y esto me lo contó en persona una de estas editoras– que solo quiere publicar álbumes porque después el ilustrador/escritor –y aquí entrarían también los narradores–, se encarga personalmente de vender la obra a través de eventos de todo tipo, como talleres, cursos, shows, en donde se presenta siempre con una maleta llena de sus libros, todos con el PVP bien marcado.
Echas una mirada a las novedades literarias de LIJ y la proliferación de álbumes es considerable. Otro dato a su favor: para la crítica es mucho más cómodo comentar un álbum, que puedes leer en diez minutos, que una novela de trescientas páginas, que te va a exigir tiempo y concentración.
He podido comprobar personalmente que cuando uno de estos jóvenes ilustradores, con un currículo lleno de álbumes, se pone a ilustrar un libro de bolsillo comete fallos garrafales, impropios de un profesional. A lo mejor les ha faltado eso que muchos denostan y que se llama aprendizaje. O quizá es que simplemente han comenzado la casa por el tejado.
Aunque me he referido a algunas sombras en este comentario, por supuesto también existen las luces, muchas de ellas deslumbrantes, que han conseguido que el consumidor de álbumes no sea un simple lector, sino un amante apasionado de esa obra de arte condensada en unas pocas páginas. Pero eso es otro tema, del que ya muchos se ocupan.