Mi padre era un gran aficionado al fútbol, y no solo eso, llegó a jugar en algún equipo (no de la élite). Sus amigos comentaban que era muy bueno técnicamente, pero que le gustaba poco correr.
Cuando yo era niño me llevaba los domingos por la mañana al campo de La Mina, donde competía el Carabanchel, el equipo de nuestro barrio y en el que había jugado. Estaba en Tercera División y sus rivales solían ser el Rayo, el Getafe, el Leganés (hoy los tres en Primera) y otros por el estilo.
Yo aguardaba con impaciencia el día del partido, uno de los momentos más inolvidables y fascinantes de mi infancia. Nos colocábamos en la grada (decir grada es una hipérbole, claro), en un sitio estratégico desde donde se dominaba todo el campo, que entonces era de tierra. Y antes de que el árbitro pitase el comienzo, mi padre llamaba a Demetrio. Mi corazón se aceleraba al verle acercarse con el cesto de mimbre sobre un rudimentario carrito.
–Demetrio, un cucurucho de piñones para el niño –le decía mi padre.
Demetrio agarraba la pala y llenaba un cucurucho.
–Con copete, chaval –me decía al entregármelo junto con un clavo con la punta machacada.
Nunca me enteraba de quién ganaba el partido ni de quién metía los goles. Me traía sin cuidado. Para mí el fútbol era –y sigue siéndolo– aquel cucurucho lleno de piñones, que yo iba abriendo de uno en uno con la punta plana de aquel clavo, como si en su interior se encontrase un verdadero tesoro.
Recuerdo que en una ocasión mi padre me llevó al campo del Real Madrid. Me agobió aquel campo tan grande. Mi padre no hacía más que señalarme a un jugador que galopaba una y otra vez por la banda.
–¡Es Gento! ¡Es Gento! –me decía.
Como podéis imaginar, sin los piñones de Demetrio, me aburrí como una ostra.
Hace poco me preguntaron en un colegio por mis preferencias futbolísticas y yo me limité a contarles esta anécdota. Me sorprendió mucho que al terminar comenzasen todos a aplaudir. Los niños a veces tienen estas reacciones.
(En a foto, mi padre es el primero por la izquierda. Ventitantos años antes de la anécdota que os he contado).