Estudié en el viejo instituto Cardenal Cisneros, situado en el centro de Madrid. Muy cerca, en la calle San Bernardo esquina a San Vicente Ferrer, había un viejo cine, el Cinema X. Que nadie se confunda: no se trataba de un cine donde se proyectasen películas eróticas, ni mucho menos. Era un viejo cine de barrio, de programa doble y sesión continua, que tenía incluso sesiones matinales.
En las sesiones matinales no era raro encontrar allí a chicos del Cardenal Cisneros, que era un instituto solo masculino, y chicas del Lope de Vega, que era un instituto solo femenino y que también se encontraba muy cerca. Evidentemente, los que nos metíamos en el cine a esas horas nos habíamos escapado del instituto y fumado las clases. Como se decía entonces, hacíamos novillos, o pellas.
Este comentario no pretende rememorar tiempos pasados, que para mí no fueron mejores, ni vagabundear por la memoria ni por el recuerdo de los lugares que ya no existen. Mi intención es otra.
El director del instituto Cardenal Cisneros se llamaba don Andrés. Me acuerdo también de su apellido, pero no lo diré. Al pensar en él y en un hecho que se repetía con frecuencia, me asombra que en aquellos tiempos –finales de los sesenta– un director de instituto tuviese un poder tan grande. O, al menos, don Andrés lo tenía. Os diré por qué.
Algunas mañanas, molesto porque faltaban varios alumnos, don Andrés se marchaba resuelto al Cinema X. No pasaba por taquilla, porque su finalidad no era ver la película. Exactamente no sabíamos con quién hablaría ni de qué autoridad haría gala, pero lo cierto es que conseguía que se detuviera la proyección y que se encendieran las luces de la sala, ante el asombro de los espectadores que no procedían del instituto. Bien erguido, atravesaba el pasillo central escudriñando hasta el último rincón y localizando a los “desertores”, por mucho que intentásemos arrebujarnos en la butaca. “¡Usted, a mi despacho!”, decía, mientras nos iba señalando con su dedo. Solo cuando salíamos cabizbajos de la sala, volvían a apagarse las luces y se reanudaba la proyección de la película.
Por lo dicho, podréis comprender que era arriesgado hacer pellas para ver una película en el Cinema X, por eso, los más recalcitrantes con los novillos, decidimos refugiarnos en los jardines de Sabatini, junto al Palacio Real. Allí don Andrés nunca llegó. Afortunadamente, algunas chicas del Lope de Vega hicieron lo mismo.