Pipas
No eran niños. Tendría unos once, doce, trece años. ¿Cómo considerarlos? ¿Preadolescentes? ¡Qué palabra tan horrible! Yo siempre he revindicado sin éxito zagales. Serían cuatro o cinco, que ni siquiera me fijé en este detalle. Estaban sentados en el escalón de un portal y, los que no cabían, directamente en la acera.